SE INSTALÓ EL BOCHORNO

A marchas forzadas, el oficialismo finalmente se salió con la suya e instaló el finde la cuarta legislatura en el Congreso; y lo hizo muy a su estilo: sin haber cerrado antes la tercera y, además, con el feo desplante de la comandanta Xiomara Castro, que prefirió no llegar para ahorrarse el bochorno.

Bochorno al que sí asistieron sus designados, o sus mandaderos, pues en su representación llegaron Doris Gutiérrez y Renato Florentino, este último haciéndose cargo del discurso; un discurso al que, si se le incluyera un par de consignas, bien podría reutilizarse para la campaña electoral de la ministra Rixi.

Y es que poco tuvo que ver su alocución con lo que se supone debe llegar a decir ahí un jefe de Estado o su representante, ya que las páginas que llegó a leer estuvieron plagadas de las típicas muletillas victimistas con que la refundación solapa sus fracasos y disfraza su distanciamiento de un pueblo al que aun así presume defender y representar.

Una intervención ciertamente penosa y apenas atendida por los de su propio carrete, pues a esas alturas la oposición al completo ya se había hecho humo del salón legislativo que lució, eso sí, pletórico con la tan anunciada alfombra roja, factor que el oficialismo achaca como impedimento para que ahí se haya dejado de sesionar desde hace un mes y pico.

Una excusa burda, que da reflejo a lo que ha sido el accionar de ese poder del Estado desde que Redondo fue impuesto en la silla, un tipejo inescrupuloso que atribuyó al “imaginario colectivo” la creencia de que es el suyo el peor Poder Legislativo desde que se tiene memoria, lo que supone dar la razón, sin darse cuenta, a quienes así lo creen. ¿Acaso no es el imaginario colectivo el pensar de las mayorías? Pues eso.

Aun así, espetó Redondo en su intervención final, precedido por otro discurso politiquero como el que también llegó a dar Rebeca Ráquel, la de la Corte, los logros que según él ha habido en ese poder del Estado subyugado por la refundación. Logros en su mayoría cosméticos, pues en lo esencial, que es sesionar, la mora ha sido tan manifiesta como la opacidad en la gestión.

Quizás lo único tangible fue la derogación de las Zede y antes que eso la derogación de la Ley de empleo parcial, medidas que sin embargo no fueron acompañadas con planes de contingencia, pues las consecuencias en ambos casos han golpeado duro el mercado laboral, donde son cientos, sino miles, los damnificados con sendas irresponsabilidades.

Damnificados que a día de hoy siguen sin encontrar salidas a su situación, pues parece que desde arriba lo que se toma en cuenta para gobernar son los caprichos y los resentimientos, y no las necesidades de un pueblo que clama desde el atolladero ante quienes una vez juraron sacarlo del atolladero.

Un espectáculo sin duda esperpéntico y atendido, como decíamos, casi en su totalidad por la clase gobernante y alguna rara excepción como la embajadora imperial, Laura Dogu, que llegó a cumplir con la cortesía y seguramente a tomar nota del cauce que sigue tomando el devenir político de un oficialismo refundacional flagrantemente anti yankee y anti-sentido común, dispuesto casi siempre a imponer y casi nunca a consensuar, pese a ser ese su mandato.

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