ROOSEVELT HERNÁNDEZ, ACTIVISTA A TIEMPO COMPLETO
A Roosevelt Hernández ya no le da vergüenza mostrarse al mundo como lo que es: un activista al servicio de Libre. Poco le importa ya pasarse por el forro el rol apolítico de las Fuerzas Armadas para fungir como un pega afiches más, replicando el discurso que conviene a sus amos en el Ejecutivo.
La muestra más clara de su reconversión la dio el finde, durante la ceremonia de ascensos de los altos mandos castrenses en la capirucha, donde se puso a hablar de la Ley de Justicia Tributaria y de los supuestos beneficios que ésta traería, en vez de referirse, por ejemplo, de la extradición que convenientemente eliminaron sus jefes cuando sintieron pasos de animal grande.
“Con esa herramienta legal, la Ley de Justicia Tributaria, nos dimos cuenta de muchas cosas, una de ellas la exoneración: hay 66 mil millones de lempiras al año beneficiando a un grupo reducido de 10 familias, increíble” dijo, como si nada, durante un discurso en el que solo le faltó gritar “¡Urge Mel!” para rematar.
Y así fue cómo el general del glorioso ejército catracho hundió la bota sobre la yugular de la ya blandengue institucionalidad catracha, posicionándose descaradamente a favor de quienes tienen la guayaba agarrada por el mango, aún a costillas de contravenir lo que la Constitución le manda: que es no meterse en esa camisa de once varas.
“Es una vergüenza su accionar, se está convirtiendo en el mayor activista ñángara, solo falta que nos envíe los tanques y aviones” le recordó y con razón Tomy Zambrano, el patrón de la bancada cachureca en el Congreso; un pensamiento compartido por la práctica totalidad de los opositores, que andan ya con los pelos de punta.
Otros, como Beatriz Valle, apelaron más bien al sarcasmo, pues en X se despachó ella un tuitazo: “De ‘los militares a sus cuarteles’ se pasaron a politizar a las FF.AA. peor que antes” recordó, en alusión a aquella burda consigna de la presi Xiomara Castro cuando desde la llanura exigía el encierro de los uniformados.
Y así, poquito a poco, sin disimulo y sin pausa, es como la máxima autoridad militar se despojó de su fatiga para ponerse el morral y la boina rojinegra, sin reparar siquiera en el hecho de nada bueno ha salido de los antecedentes como el suyo, donde tras mezclarse el agua con el aceite lo que resultó fue un cisma que movió el piso a unos y otros.