¡MODA REFUNDACIONAL! ZELAYA Y SU SÉQUITO ROMPEN ESTEREOTIPOS

Los asesores de imagen del gobierno refundidor marcaron con tinta dorada en el calendario del 10 de enero de 2025, día en que una delegación de los suyos, encabezada por el comandante vaquero, Mel Zelaya, aterrizó en Venezuela para acabar de un sopapo con cualquier estereotipo conocido.

Hablamos del atuendo elegido por todos ellos, o elegido para todos ellos, en ocasión de su asistencia a la investidura de su camarada, el narcodictador Nicolás Maduro. Y es que su puesta en escena fue más bien un esperpento que obligó a hacer un análisis exhaustivo, casi de tinte sociológico, como el que se presenta a continuación:

Comenzando por el propio comandante, que optó por combinar un traje estilo Cesare Attolini con su ya tradicional sombrero de junco, pues según él, con eso deleitaría a la concurrencia en el palacio legislativo de Caracas; pero no conforme adornó su ‘look’ con la ‘kufiya’, el famoso pañuelo palestino con el que esa comunidad reivindica sus acciones por el mundo, y que nada tiene que ver con la retórica refundacional.

Al ladito suyo, sin despegársele, anduvo y estuvo Luis Redondo Guifarro, su mascota predilecta y a la que por cierto le tuvieron que habilitar ‘in extremis’ una silla en medio de uno de los pasillos del salón, pues no lo tenía contemplado el protocolo presidencial entre la lista de personajes importantes, seguramente porque no lo es.

Lució él un impecable traje azul celeste, como el de la bandera, combinado con una corbata color rojo refundación, a la que su portador nunca logró ver la punta, pues ésta se escondió de él en todo momento detrás de su circunsférica barriga, bajo la cual también se ocultaron la faja y su sobrepeso.

Renglón aparte merece el Perro Amarillo, cuyo aspecto evocó al de un vagabundo en pleno proceso de desintoxicación etílica, que confundió el uso de su corbata con el de un corbatín, pues ésta apenas le llegó hasta el segundo botón, quizás para que Redondo compensase el no poder ver la suya.

Y por debajo estaba su camisa, planchada con menos ganas que una gorda en gimnasio y cuya longitud de mangas fue inversamente proporcional al de su corbata, dejando notar tras el saco las libritas ganadas por el asesor desde que abandonó la militancia y se acomodó de rodillas en su despacho presidencial.

Toda una exhibición de vergüenza ajena para poner la guinda a una visita que nunca debió darse y que, sin embargo, fue la mejor manera que encontró el gobierno refundidor a la sonada ausencia de su comandanta Xiomara Castro, que optó por no exponerse al darse cuenta de lo que significaría eso para su imagen, que fue la única que medio se libró de la ‘quema’.

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