DÍA DEL NIÑO: NADA QUE CELEBRAR, SALVO LA DURA REALIDAD
El Día del Niño en Honduras, habitualmente una fecha de alegría y celebración, ha dado un giro que ni el mejor organizador de fiestas infantiles podría haber anticipado. Mientras algunos niños en el país disfrutan de piñatas y globos, otros están ocupados esquivando algo un poco más serio que los dulces.
El Comisionado Nacional de los Derechos Humanos (Conadeh) decidió agregar su toque especial a esta celebración, recordándonos que la infancia en Honduras se parece una lucha por la supervivencia que a un cuento de hadas.
La coordinadora de la Defensoría de Movilidad Humana, Elsy Reyes, expresó que la situación es “preocupante”, un eufemismo del tamaño de un castillo inflable pinchado. Según Reyes, la violencia ya no se queda en las calles, ahora también se ha instalado cómodamente en las escuelas y hogares de los más pequeños, como un invitado no deseado.
Retornados con boleto de ida y vuelta: 74.000 niños en tránsito migratorio
Si creías que el caos terminaba ahí, agárrate. Resulta que desde el 2020, unos 74,000 niños han sido deportados o retornados de su gran “aventura” migratoria, en la que probablemente no faltaron episodios emocionantes como cruzar selvas, enfrentar a traficantes y lidiar con la indiferencia gubernamental.
De estos, un 10% ha tenido la suerte de regresar a casa solo en lo que va del 2024. Nada como ser deportado en la infancia y tener que reiniciar la vida en un país que parece estar compitiendo por el premio al entorno más hostil.
Pequeños en fuga: la triste odisea del desplazamiento forzado ¿Recuerdas cuando jugabas a las escondidas? Bueno, para 1,200 niños atendidos por Conadeh en 2023, este juego tomó un giro más macabro. Estos pequeños no están escondiéndose de sus amigos, sino de la violencia que ya se cobró la vida de uno de sus parientes. Han tenido que abandonar sus casas, no porque no haya Wi-Fi, sino porque su integridad física y vida están en juego.
Sin duda la infancia y adolescencia en Honduras no hay que celebrar porque son más los niños que libran una especie de “gira nacional de supervivencia”, que los que están bendecidos o al menos tienen las mínimas condiciones.