CIFRAS AMARGAS DEL CAFÉ

Hay como si no tuviéramos tragedias en estas Honduras, se suma la del  café. Ese elixir divino que antes fluía en abundancia desde las fértiles tierras hondureñas, ahora se derrama en pequeñas gotas, como lágrimas de un gigante herido. Emilio Medina, el atormentado empresario y exportador del sagrado grano, levanta su voz con un dramatismo digno de un héroe trágico, anunciando que la caída en la exportación del café no es solo grande, sino gigantesca, titánica, apocalíptica.

“¡Oh, el dolor de ver cómo nuestros preciados quintales de café, que antes alcanzaban la gloria de 10 millones, ahora apenas llegan a 6.1 millones! ¡Es una caída tan profunda que podría rivalizar con las grandes catástrofes de la historia!”, exclamó Medina, mientras el cielo parecía oscurecerse a su alrededor.

Los problemas que azotan a la caficultura hondureña, esos demonios invisibles que desgarran la economía, ya han comenzado a pasar su temida factura. Pero lo que realmente tortura a Medina es la inacción, la parálisis que parece haber tomado posesión del país. “Lo peor es que no estamos haciendo lo que deberíamos como nación, ¡es un descalabro!”, lamentó, con una resignación que solo un verdadero conocedor del arte dramático podría expresar.

Algunas exportadoras, en su desesperado intento por salvar lo insalvable, han hecho esfuerzos, pero son meros parches en un barco que se hunde. “Van a aliviar un poco, pero no es suficiente, no es suficiente”, repitió, como un eco que resuena en un vacío interminable.

Y como si el drama no fuera suficiente, el futuro también se pinta oscuro. “Estimo, y he venido estimando, que para el 30 de septiembre habremos perdido unos 150 millones de dólares. ¡150 millones! Y pudo haber sido más, mucho más, si el destino así lo hubiera querido”, dijo, en un tono que presagiaba el apocalipsis económico.

Pero no todo está perdido, pues el precio internacional del café, ese último rayo de esperanza, ha logrado salvar las últimas migajas de un banquete que alguna vez fue próspero. Medina, con un último suspiro de esperanza, concluyó que, al menos, los buenos precios podrían mantenerse para la próxima cosecha. “Que no baje más la producción, por lo menos, que no baje más”, imploró, como quien pide clemencia ante un juez implacable.

Así, la tragedia del café hondureño continúa, con productores y exportadores en la cuerda floja, esperando que el destino, ese cruel titiritero, decida no cortar el hilo que los sostiene.

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