A MERCED DE PIRÓMANOS Y LA INDOLENCIA

Andan los capitalinos con el santo en la mano y sudando la gota gorda; todo ello porque a los degenerados pirómanos de siempre se les ocurrió cumplir religiosamente con su nefasta tradición de meterle fuego a La Tigra para que el resto de los mortales contemplen la magna obra de su imbecilidad.

El pulmón de la capirucha está que arde, y todo ello ante la impotencia de unos cuerpos de socorro que, para colmo, vuelven a toparse de frente no solo con las llamas sino también con las consecuencias de la negligente gestión que han hecho con ellos.

De muy poco sirve la intervención de los helicópteros que jalan agua a lo loco desde la semivacía Los Laureles, pues no hay manera de que los operadores de justicia cumplan con su parte y disuadan a los pirómanos, que sabrá Dios qué ganan con todo esto.

Se desconoce aún cuántas hectáreas son las afectadas, pero a ojo de buen cubero son un cachimbazo, dejando sin casa a unos cuantos vecinos y también a una fauna que, a fin de cuentas, vuelve a ser la que sufre las consecuencias inmediatas de la estupidez humana, que por supuesto es infinita.

Se quema La Tigra al son del verano, que por si fuera poco apenas empieza. Pero arden también otros cerros a lo largo y ancho de un país salvaje e indomable, que se ha malacostumbrado a vivir a merced de la majadería y la indolencia.

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