MONSEÑOR GARACHANA SIGUE ESPERANDO EL MILAGRO POLÍTICO
Con la paciencia de Job y la sabiduría de Salomón, Monseñor Ángel Garachana, obispo emérito y eterno soñador de una Honduras utópica, ha confesado que lleva “muchos años” esperando un cambio profundo en el país. Sí, muchos años. Tantos, que ya ni recuerda si la última vez que tuvo esperanza era con velas o con lámparas de keroseno.
“Seguimos con los mismos políticos, de un color o de otro”, lamenta el prelado, quien aparentemente ha identificado el fenómeno de los camaleones en la fauna política hondureña.
Uno se cambia de color, pero al final sigue comiendo del mismo árbol. Quizá lo único que ha cambiado, monseñor, es el tono de los discursos, porque la práctica es tan antigua como la conquista.
Garachana sueña con una Honduras donde la riqueza esté mejor distribuida y donde haya empleo suficiente para que el hondureño no tenga que emigrar. Un sueño bonito, digno de un sermón dominical, pero que en la realidad …
Además, Monseñor no solo espera, también cree que es responsabilidad de las autoridades crear motivos reales de esperanza para el pueblo. Pero, visto el panorama, parecería que esas autoridades han interpretado “esperanza” como un arte abstracto: algo que se menciona pero que nadie sabe exactamente cómo se ve o cómo se logra.
Mientras tanto, el pueblo sigue orando por un milagro, porque si algo caracteriza a Honduras, es la fe inquebrantable de su gente. Fe en que algún día llegará el cambio. Fe en que algún día dejarán de ser los mismos políticos aunque sean los hijos de los mismos. Y fe, sobre todo, en que los sueños de monseñor Garachana no se pierdan en el limbo, junto a tantas otras buenas intenciones.