EL CONGRESO DICE ADIÓS AL AÑO DESDE LA UCI
El año ya se anda despidiendo y la realidad en el Congreso Nacional es que las cosas acabarán aún peor que como empezaron, que ya es mucho decir.
A la incapacidad manifiesta de sus cabecillas para lograr acuerdos incluso en lo elemental, se sumó la sinvergüenzada manifiesta de todos ellos para al menos intentar hacer creer a la catrachada que algo están haciendo para desencallar la situación.
Una situación veladamente triste y contraproducente para los intereses generales, que reveló su verdadero y amargo rostro en los más de 100 días que los susodichos se echaron sin sesionar, aún y cuando la quincena no dejó de llegarles.
Más de un centenar de días no devengados que, sin embargo, la cuestionada Junta Directiva a cargo de Luis Redondo no desaprovechó para beneficio propio, pues fue la ventana por donde casi a escondidas del pueblo al que dicen representar salieron “pitados” para sumarse a las excursiones de la vergüenza en el exterior.
Unas excursiones que vaya Dios a saber en cuánto salieron, ya que nadie en su sano juicio parece creerse la excusa oficialista de que salieron a cuenta de los anfitriones.
Un cóctel perfecto para la indignación y el hartazgo del populacho, que contempla desde la primera fila todo el desbarajuste de unos “padres de la patria” que en lo único que coinciden es en lo poco que parece importarles realizar aquella labor por la que tan bien se les paga.
Una labor que intentó la Junta de Redondo maquillar ya en el último suspiro del año; un intento que, como no podía ser de otra manera, rozaba lo ilegal, queriendo darse un baño purificador en diciembre cuando bien clarito dice la Constitución que debe ser en enero.
Un intento no secundado por cachurecos ni nasrallistas, y tampoco por los colorados, que, aunque algunos ya tenían medio amarrado el tamal bajo la mesa, a última hora se le recularon al oficialismo al ver que aquello no tenía sustento ni justificación.
Y así se despidieron todos ellos del 2023, con las tareas sin hacer y los pasaportes rebosando sellos, y además con una opinión pública que, si tuviesen los honorables un poquito de honorabilidad, habrían de haber vacado de sus curules a las primeras de cambio.