HONDURAS Y SU FRÁGIL RELACIÓN CON LA NATURALEZA
Así es la frágil relación de estas Honduras de aquí es un romance tóxico de cada temporada. Aquí las prioridades están bien claras: invertir en infraestructura resiliente no da “likes”, pero una foto en botas de hule supervisando una quebrada o un río desbordado eso sí que sirve para las redes sociales.
El reciente impacto de la tormenta Sara en Honduras ha vuelto a poner en evidencia una verdad ineludible: nuestra vulnerabilidad ante los fenómenos climáticos es tan profunda como nuestra incapacidad para enfrentarlos de manera estructural.
Todos los años la historia se repite, sequías en verano inundaciones en invierno pérdidas millonarias por la una y la otra razón que si los cultivos se secan o que si los cultivos se inundan y lo que es peor el riesgo para la vida humana por el asentamiento humano fuera de lugar y sin control ante los problemas de escasa vivienda. Y las autoridades con cara de “esto no estaba en el plan”, aunque el plan, francamente, nunca existió y lo que vienen son las compras directas.
Las imágenes de comunidades anegadas, cultivos devastados y familias refugiadas en albergues improvisados no son nuevos; lamentablemente, un ciclo repetitivo que se si bien es cierto la naturaleza es inclemente, también hay formas de prevenir y minimizar los riesgos, pero que les importa a los políticos si solo son de reacción y acción momentánea y nada de planificación, bien bonitillos los discursos y las promesas de campaña donde todos se llenan la bocota, prometiendo represas y cuantas cosas más pero llegan al poder y esos proyectos de esas mentadas represas tienen más polvo que una planta en desierto.
La ubicación geográfica de Honduras nos coloca en el camino de huracanes y tormentas tropicales, pero no es nuestra posición en el mapa la que más pesa, sino la fragilidad de nuestras infraestructuras y la carencia de políticas públicas efectivas de prevención. Si bien Sara no alcanzó la ferocidad de otros eventos pasados, como los huracanes Mitch o Eta e Iota, su paso dejó claro que seguimos expuestos a pérdidas humanas, económicas y sociales que podrían ser menos si se hiciera lo que los gobiernos conjuntamente con otros sectores deberían de hacer.
Es inadmisible que, en pleno siglo XXI, los bordos de contención de los ríos sigan siendo insuficientes, y de mala calidad que los sistemas de alerta temprana no lleguen a las comunidades más vulnerables y que la urbanización descontrolada agrava los desastres naturales al ocupar zonas de riesgo.
La responsabilidad recae tanto en los gobiernos de turno como en una ciudadanía que, por falta de alternativas, sigue construyendo sus hogares en lugares propensos a graduales e inundaciones.
La tormenta Sara no solo trajo lluvia y viento; Trajo un recordatorio incómodo pero necesario: Honduras necesita transformar su enfoque frente al cambio climático. Esto implica fortalecer la gestión de riesgos, invertir en infraestructura resiliente y, sobre todo, apostar por una educación ambiental que fomente prácticas sostenibles. No basta con reaccionar después del desastre; es urgente planificar antes de que ocurra.
El cambio climático ya no es una amenaza futura; es una realidad presente. Si seguimos ignorando las lecciones que nos deja cada tormenta, estamos condenados a repetir esta historia de tragedia y pérdida. Sara ya se fue, pero la pregunta que debemos hacernos es: ¿Estamos listos para el próximo fenómeno? Por el bien de nuestra gente y del país, es hora de actuar. Tal vez, en algún momento, aprendamos que prevenir cuesta menos que reconstruir.