UN DISCURSO QUE NOS DEJÓ MAL PARADOS
Delante de un auditorio tan vacío que hasta las moscas se aburrían, la presi catracha, Xiomara Castro Sarmiento, llegó a la ONU por tercera vez desde que agarró la guayaba, para repetir como chachalaca lo del fantasmagórico golpe de Estado que su gobierno se sacó de la manga para desviar la atención tras revelarse el narcovideo de su cuñado Carlón y las narcomenciones hechas ahí mismo a Mel.
Como si a alguno de los presentes le importara, dijo desde el púlpito que está ella actualmente “amenazada por las mismas fuerzas del capital” que 15 años atrás sacaron en pijama a su marido con pasaje de ida para San José, desde donde empezó una peregrinación que en 2021 lo devolvió finalmente al poder junto a ella, para empezar a dar forma a un discurso de odio y resentimiento que finalmente han hecho llegar hasta la ONU.
Y ahí, como ya es costumbre en ella, aprovechó para sacar su repertorio de sectarismo, que sin vergüenza repitió para afianzarse en su postura, o más bien la de su cónyuge, exigiendo el fin del “injusto bloqueo contra los hermanos pueblos de Nicaragua y Venezuela” y la retirada de Cuba “del listado de países terroristas”, pero sin hacer alusión en ningún momento a las cruentas dictaduras que ahí se cuecen.
Toda una puesta en escena cimentada sobre las políticas chapuceras implementadas en su propio patio, al amparo de un pacto de impunidad y de una denuncia del tratado de extradición con los gringos que solo han servido para proteger a su parentela y arrancar aplausos a sus vasallos, y que son los que han sentado las bases no para instalar la fallida CICIH, si no para permitir la instalación de una narcodictadura en la que su familión parece que tiene mucho que decir.
Un discurso de odio y resentimiento, pero también de vergüenza ajena, que contrastó de cabo a rabo con los pronunciados previamente por sus homólogos regionales Bukele, Milei y Boric, por citar tres ejemplos, quienes como Dios manda optaron por pronunciar un mensaje de dignidad, honradez y sensatez, muy alejado del cinismo con que la refundación redactó sus líneas para dejar a la catrachada muy mal parada, otra vez.
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