REDONDO, AMENAZANTE Y TEMERARIO
El conserje de Libre en el Congreso, Luis Redondo Guifarro, volvió a cruzar una línea roja y delgadita cuando desde su púlpito en el Legislativo lanzó toda una retahíla de amenazas veladas contra Gabriela Castellanos y Carlos Hernández, jefes del CNA y la ASJ respectivamente, a quienes sin citar sus nombres sugirió penarlos según manda el Código Penal catracho por “usurpación de funciones y simulación de cargos”.
Así respondió la flor de barranco a los cuestionamientos que de vez en cuando le hacen estos dos personajes, que se han encontrado en la esférica figura de Redondo al corrupto perfecto hacia el que redirigir sus investigaciones, pues si algo tiene el hombre es que da de qué hablar con tanta mandracada que comete.
De ellos dos y los entes que dirigen dijo Luis que “solo intentan manipular la opinión pública para garantizar generosas donaciones que les permitan seguir operando”, y que por tal razón cabe aplicarles el rigor de la ley, pues en ese afán de “posicionarse en el ojo público” han llevado de encuentro incluso al TSC y el Ministerio Público.
Pero si esperaba el conserje recibir como respuesta un silencio cagón, se acabó cheleando, porque antes de que cantaran los gallos le salió la réplica de Gabriela en X, diciéndole: “Cuando el negocio de la política es redondo, la legalidad de la presidencia del Congreso no cuadra. ¡A eso le llamamos fracaso!”, en un juego de palabras que habrá sentado como una puya en el trasero del congresista.
Pero Redondo está embrecado con la idea de que tanto a ella como a Carlos se les debe llamar al sosiego, pues para eso está el Código Penal, que en su artículo 507, según su sesgada interpretación del mismo, establece que “quienes sin autorización legal ejercen actos propios de un funcionario o empleado público, atribuyéndose carácter oficial, deben ser penados y multados”.
Pero son los de Redondo desvaríos propios de quien, de un día para otro y sin merecerlo, se vio en una posición de poder, y combinado con el hecho de que no tiene muy bien amueblada la cabeza, resulta en exabruptos de semejante calibre, pues las mismas razones lo hacen intolerante a la crítica, pese a que debe ser esa parte de la rutina de todo funcionario.